Iglesia de Guápulo
En pequeña planicie en los contrafuertes del lomerío que separa Quito del valle de Tumbaco, a la vera del camino que siguió la expedición de Pizarro que descubrió el Amazonas, rodeado de quebradas hondas, está el santuario de Guápulo, por siglos sitio de peregrinación devota de las gentes quiteñas.
La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que allí se honra fue tallada por Diego de Robles y policromada por Luís de Rivera. Al principio no hubo sino una ermita. En 1596 el obispo López Solís, muy devoto de la Virgen de Guápulo, le edificó iglesia. Medio siglo más tarde, en 1649, se comenzó, bajo la vigilancia del H. Antonio Rodríguez, la actual.
El templo, amplio y noble, es de una sola nave, con planta de cruz latina de 60 por 27 metros, presidida por gran cúpula central. La fachada conjuga un neoclásico sencillo, con original espadaña de dos cuerpos superpuestos.
Debido a flagelos, la gran nave se ofrece casi desnuda de ornamentación, como no sea la de resalte geométrico con reminiscencias mudéjares y el friso que corre a lo largo de los muros. Resto de antiguas grandezas es el púlpito, tallado por Menacho en 1716, justamente celebrado como uno de los más bellos del Nuevo Mundo.
Concluida la parte arquitectónica del santuario, para la obra pictórica se llevó a Guápulo a Miguel de Santiago y al joven Nicolás Javier Goríbar. De éste queda un retablo firmado, en el templo. Miguel de Santiago pintó lienzos para los marcos de los retablos y cuadros con asunto de los milagros de la Virgen.
Estas telas constituyen uno de los momentos fundamentales del arte quiteño. El artista, al tiempo que refería la anécdota, evocaba escenas del tiempo, situándolas en un ambiente entre trágico y mágico. Realismo mágico americano, tenso dramatismo, alucinantes efectos, hacen de esta serie lo más vigoroso y personal de la obra del gran pintor.